Salimos de la capital cuando los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte.
Atrás quedaban no solo la oscuridad de la noche sino el encierro de aquel convento que aunque convengamos fue últimamente agradable pues no la pasaba mal, tampoco era lo que yo aspiraba para mi vida.
Papá había dispuesto que llegado el fin de l curso me trasladaran a nuestra residencia de campo. Una estancia con desarrollo agrícola-ganadero que tenía como rubro principal el criado de caballos de raza, fundamentalmente para el juego de polo. La marca era haras “La preñadita”, conocida mundialmente.
Amilcar, el viejo chofer de papa conducía cauto, precavido, lento como una tortuga en aquella autopista enorme. De pocas palabras el, me centre en mi música y a poco tiempo quede dormida.
Mis sueños fueron varios pero repasaron mi año en el colegio, mis nuevas amigas, las preceptoras, la profesora de música…. Y como si fuera un viaje hacia el final de mi viaje, recordé mis épocas de niña allá en la estancia.
Cabalgar, recorrer el campo, jugar, ayudar en la cocina o tareas era el único entretenimiento, salvo aquella atracción que sentía yo por visitar el establo donde cuidaban los padrillos de raza. Sementales a los que se les prodigaba el mejor de los tratos ya que de ellos dependía el futuro de las crías. Y aquellas yegüitas que venían a ser servidas, y alguna potranca que debutaba, que era mi mayor desvelo.
El viejo Pacho era el patrón allí en el establo, y trasmitió todo su conocimiento a su hijo Mauricio, nacido de la también criada Dorita.
Mauricio era bastante mayor que yo, pero era el mas joven en aquella inmensidad campestre. Era mi amigo del alma. Compinche me había permitido observar lo que prohibido tenían para mi, ver como el padrillo se montaba a las yeguas. Aquella adrenalina me había impactado siempre pues su ambiente me traía deseos sexuales que nunca había podido descargar allí.
Llegamos y todo era como novedoso a pesar de estar todo muy impregnado en mi.
Mamá estaba y pronto supe que continuaban sus líos matrimoniales.
Era ella una modelo, aun joven, elegante y de buenos modales, pero lo que contrastaba con papá era la edad, pues el la doblaba en edad.
Pronto supe que Mauricio era ahora el encargado de las haras, pues era el heredero de la sabia enseñanza de su padre fallecido.
Eso me permitió, pasearme a mis anchas por el establo, visitando aquellos hermosos animales. En esos recorrido me di cuenta que Mauricio me miraba con insistencia, y fui al frente con decidida intención….. – ¿Te gusto Mauricio?
- Paaa, Yamilita, estas hecha una mujercita atractiva.
- Dime, cuando va a servir ese padrillo a alguna yegüita?
- Mañana, seguramente….. por?
- Porque quiero verlo, de paso aprender con intenciones de que me pase lo mismo.
- Paa, nena…. No seas mala…. No provoques, menos sabiendo que sos la hija del patrón.
Mauricio seguía siendo el mismo pelotudo de siempre y al parecer me seguiría esquivando…. Pero ahora yo sabia exactamente lo que pretendía de el.
Al otro día, no me perdí detalle, de aquel maravilloso espectáculo que es ver como se le para al caballo aquel enorme y largo pijón…. Como se va cebando a la yegüita hasta que esta se deja montar…. Y es todo tan rápido y violento cuanto la ensarta metiéndole aquello tan exquisito hasta hacerla relinchar…
Me moje, me toque, me acerque a Mauricio, me le recosté… y este tuvo un gesto de avance, me acaricio las tetas, me apretó un poco pero cuando yo pensaba que íbamos por buen camino…. Me rechazó nervioso. – No podemos nena…. No podemos…
Las cosas ocultas muchas veces no tardan en aparecer.
Mi dormitorio esta pegado al de mis papis, separado por un gran placard doble, o sea que para ambas lados de las piezas es placard.
Yo sabia de niña, que entrando al placard, podía moviendo una madera, pasar al placard del cuarto de mis padres y de allí, espiarlos.
Pero nunca los vi haciendo nada extraño.
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