Acudió a la casa de verano con su marido. Seguía teniendo tanto erotismo como cuando nos conocimos. Tenerla delante era el comienzo de un nerviosismo provocado por el deseo. Estuvimos toda la tarde en el jardín en una conversación animada. Yo enfrente de ella intentado que entre alguno de los múltiples cruces de piernas pudiera ver lo que tanto deseaba. Pero no hubo manera. En un momento de la conversación se excusó para ir al baño. No sé muy bien cómo, pero sin excusa alguna en cuanto desapareció por la puerta me levanté y fui tras ella. Mi corazón latía más fuerte aun. Oí como se cerraba la puerta del aseo y como daba vuelta a la llave de la cerradura. En esa misma cerradura donde segundos después puse mi ojo derecho, bien abierto para no perderme aquel espectáculo. Estaba sentada con las piernas abiertas, con el coño peludo y frondoso, donde se separaban sus labios y surgía aquel chorro de su interior. Las bragas por las rodillas estiradas por la separación de sus muslos. Mi polla dura se consolaba con mi mano. La situación se llenaba de morbo y de la incertidumbre de que alguien entrara en la casa y me pillara allí, agachado con la mirada a través de la cerradura, masturbándome y deseando a aquella mujer. Cuando acabó de mear se limpio con el papel que estaba suplantado a mis labios. Se subió las bragas y de nuevo pude ver su frondoso coño a través de aquellas bragas transparentes. Cuando se bajo la falda yo estaba en mi habitación con la mano llena de semen, del semen caliente que tendría que haber inundado aquel precioso coño.